Cabeza de tres paredes

craneo-da-vinci

Se trata­ba del juego de las sil­las, pero con solo dos sil­lones. Dos sil­lones con sol­era, aunque impo­lu­tos, que adorn­a­ban una habitación car­boniza­da por el paso del tiem­po. A la habitación le falta­ba una de sus pare­des, que servía de papel­era a la gente que pasea­ba hacia ningún sitio.
Dos hom­bres y una mujer alin­ea­d­os daban la espal­da a la nada. En oca­siones se cruz­a­ban sus miradas inqui­etas, como si dejarse caer sobre los dos sil­lones fuera algo que ninguno esta­ba dis­puesto a hac­er primero.

      Aún con los relo­jes ade­lan­ta­dos, la veloci­dad a la que pasa­ba el tiem­po era ridícu­la­mente lenta. Uno de ellos veía con­ver­ti­da la efigie de un ser into­ca­ble en una hormi­ga que cam­ina­ba en la mis­ma direc­ción que las demás. El otro rehuía de una som­bra proyec­ta­da de lado, y rez­a­ba porque las velas se con­sum­ier­an cuan­to antes. Sin embar­go, Venus bril­l­a­ba por enci­ma de la luz solar, susti­tuyen­do las ridícu­las dei­dades de la hormi­ga, y arro­jan­do oscuri­dad a los obje­tos cer­canos, que recibían todo destel­lo emi­ti­do en el pasado.

      A cuen­ta de romper la incó­mo­da simetría de sus cuer­pos, el primero avanzó con un bote de pin­tu­ra, inten­tan­do embel­le­cer unos ennegre­ci­dos tabiques. Pero cuan­do ter­minó, al girar sobre su eje, los sil­lones esta­ban ocu­pa­dos. Ni siquiera se habían sen­ta­do, pero crepita­ban sin necesi­dad sus­tan­cia inflam­able. Y él mira­ba la pin­tu­ra, fría e indifer­ente hacia el fuego que envolvía su esfuer­zo más sincero.

Se mira­ban, y los miraba.

No hay moraleja.

      Sim­ple­mente la hormi­ga se quedó sin pipa, abru­ma­da no por la grandeza de las cosas que veía, sino por su recién des­cu­bier­ta verdad.

craneo-da-vinci
Com­parte:

Deja una respuesta