La civilización del espectáculo, por Mario Vargas Llosa

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Bien, por partes. Analizar un ensayo como este no es moco de pavo, no sólo por quien escribe las líneas, sino por la com­ple­ji­dad de los temas que tra­ta. En gen­er­al, el libro se puede resumir como un com­pen­dio de diver­sos artícu­los de opinión cuyo tema cen­tral es la banal­ización de la cul­tura, pero sí es cier­to que abor­da temas y cues­tiones que son extrap­o­lables a más ámbitos, y por lo tan­to veo nece­sario un análi­sis de sus con­tenidos nuclear­es antes de acome­ter con su sig­nifi­cación gen­er­al. Tam­poco creo nece­sario —ni me veo con el conocimien­to pre­ciso— analizar el esti­lo o la for­ma; esta­mos frente a un pre­mio Nobel de lit­er­atu­ra con sol­era por cát­e­dra, vocab­u­lario excel­so pero ade­cua­do y apli­ca­do con la ele­gan­cia que se le pre­sume a un lit­er­a­to de su niv­el y, hala­gos aparte, el tex­to se reduce a una expre­sión ensayís­ti­ca que no tiene más inten­cional­i­dad que la de la pura reflexión.

      Una vez aclara­do esto, cabe decir que no es la primera vez que me deten­go a leer —y pen­sar— lo que este señor tiene que decir. Aparte de haber dis­fru­ta­do, no sin cier­ta difi­cul­tad, de dos nov­e­las suyas como la archi­lau­rea­da Fies­ta del Chi­vo, y la más reciente El sueño del celta, me he encon­tra­do frente a algún que otro artícu­lo de opinión no tan afor­tu­na­do. Después de ter­mi­nar este escrito, me reafir­mo en mi pare­cer gen­er­al sobre su per­sona, y me encuen­tro ante una mez­cla de admiración filosó­fi­ca y de rec­ha­zo político.

      En primer lugar, La civ­i­lización del espec­tácu­lo tiene como obje­ti­vo el análi­sis de un devenir cul­tur­al con la inten­ción de des­per­tar al lec­tor en un desasosiego int­elec­tu­al. ¿Lo con­sigue? Sin ningu­na duda, pero con cier­tas caren­cias obje­ti­vas y algu­na que otra rémo­ra de clase. Cabe decir, que a pesar de no com­par­tir par­cial o total­mente sus afir­ma­ciones, se sepa de ante­mano o no, es nece­sario, en este y en cualquier otro doc­u­men­to, some­ter­lo a un análi­sis con­ciso y no rec­haz­ar de fac­to un conocimien­to sin haber­lo estu­di­a­do pre­vi­a­mente, pues podemos pecar de aque­l­lo mis­mo que con­de­n­amos. Pre­juicios los jus­tos, así que… «val­or, y al toro».

      Mario intro­duce el tema a expon­er con un revi­sion­is­mo históri­co de la cul­tura por parte de aque­l­los que, según él, la labraron en su máx­i­mo expo­nente. Aquí es donde comen­zamos a entr­ev­er la direc­ción que guía su pen­samien­to educa­ti­vo, con men­ciones a per­son­ajes como T.S. Elliot, quien ale­ga­ba que «las clases altas deben ser man­tenidas». Y lo deja claro: (a Mario) no le agra­da la pos­mod­ernidad y su inter­pretación de la edu­cación lib­er­al, hacien­do incapié en las necesi­dades jerárquicas, comen­zan­do un despliegue de elit­ismo que no se esfuerza en ocul­tar. Otros nom­bres como Debord o Hart, salen a colación con una alien­ación referi­da al «fetichis­mo de la mer­cancía y la cosi­fi­cación de lo espon­tá­neo, lo autén­ti­co y lo genuino».

      La civ­i­lización del espec­tácu­lo nos pro­pone entonces ahon­dar en la rep­re­sen­ta­tivi­dad que ha adquiri­do el conocimien­to, y en cómo nosotros inter­pre­ta­mos su sig­nifi­ca­do. A Var­gas Llosa le pesan los años a la hora de expre­sar su ideario y de dar rien­da suelta a una año­ran­za de tiem­pos que rompen la mar­ca de lo obje­ti­vo. Pero eso no qui­ta que sean muchos sus acier­tos. El primero, el más impor­tante y evi­dente, es la con­fir­ma­ción de una trans­duc­ción en su entendimien­to. Hoy es inevitable un debate sobre la inter­pretación de su con­cep­to, y cómo puede ser arte para alguien lo que para otro no; pero es innegable que existe una banal­ización del sig­nif­i­cante cul­tur­al. Aquí hago un inciso: a la hora de defend­er cier­tas afir­ma­ciones tomaré como «Cul­tura» con mayús­cu­la al «con­jun­to de conocimien­tos desar­rol­la­dos y pro­fun­dos que per­miten, en may­or o menor medi­da, desar­rol­lar un juicio críti­co y una sen­si­bil­i­dad artís­ti­ca supe­ri­or». Es muy inocente equiparar todas las man­i­festa­ciones cul­tur­ales (con minús­cu­la), como si todas posey­er­an el mis­mo val­or o esfuer­zo int­elec­tu­al; es entonces cuestión de debate lo que entra den­tro de una u otra clasificación.

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      Citan­do al autor: «la cul­tura ha pasa­do a ten­er en exclu­si­va, la acep­ción del dis­cur­so antropológi­co de todas las man­i­festa­ciones de vida de una comu­nidad», y «lo que no es diver­tido, no es cul­tura». Mario pone de relieve ejem­p­los en la tele­visión, cine o lit­er­atu­ra donde el entreten­imien­to res­ta val­or al esfuer­zo de aplicar una visión pro­fun­da. Inclu­so en los mejores casos, donde se defien­den val­ores jus­tos de pro­gre­so, se con­de­na cualquier man­i­festación que recur­ra al humor, la ironía, el con­traste o el sar­cas­mo como críti­ca a lo que en un niv­el super­fi­cial se mues­tra. Tam­bi­en expone cómo se apli­ca un cáriz visu­al, sen­cil­lo y nuclear a cualquier acto de con­sumo, reducien­do la activi­dad del acto int­elec­tu­al y defor­man­do el entra­ma­do social con un cin­is­mo vago y políti­co: «propa­ga el con­formis­mo a través de la com­pla­cen­cia y la autosatisfacción».

      Lo mis­mo pasa con las con­se­cuen­cias de la cul­tura. Cor­rela­ciona el auge de las filosofías imper­antes con su facil­i­dad de pro­duc­ción, dis­em­i­nadas por un sis­tema educa­ti­vo que provee de aliv­io y des­can­so ante los prob­le­mas crea­d­os por la inca­paci­dad de mane­jar la real­i­dad. Aquí comien­zo a dis­en­tir con Var­gas Llosa, y es que tra­ta todo acto hedóni­co como per­ju­di­cial e innece­sario. Elu­cubra acer­ca de la gen­er­al­ización de lo banal, sin infor­marse sobre el fun­cionamien­to con­duc­tu­al de la ten­sión y el esfuer­zo, y defiende ideas cad­u­cadas y para nada cien­tí­fi­cas, sobreval­o­ran­do las aspira­ciones vitales. Recordemos que Mario no es psicól­o­go, sociól­o­go, ni pedagogo.

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      Vuelve a meter la pata en un inten­to de defend­er la moral­i­dad y la éti­ca como con­duc­tores del pro­gre­so, aso­ci­a­dos a la Cul­tura. Liga la con­cep­ción teológ­i­ca y se olvi­da de lev­an­tar la red de arras­tre, ide­al­izan­do las obras vetus­tas y la miti­fi­cación que les agre­ga el paso del tiem­po. Se pierde com­para­n­do a creadores como Orson Welles y Woody Allen sin per­catar en las difer­en­cias con­tex­tuales. No cesa en su inten­to pros­elit­ista de ensalzar la necesi­dad de los cánones y con­sen­sos sobre los val­ores eróti­cos, y la exis­ten­cia de críti­cos como jue­ces y árbi­tros de lo que es bel­lo y lo que no, con­tradi­cién­dose a sí mis­mo y erran­do de elit­ista. De las friv­o­l­i­dades que suelta en mate­ria de sexo, mejor ni hablar.

      Como com­pro­baréis si leéis el ensayo, abor­da una mez­cla de razon­amien­tos y ver­dades acer­tadas, pero defen­di­das con los argu­men­tos equiv­o­ca­dos. Es lo que sucede cuan­do eres escritor, cla­sista e inten­tas ser el médi­co del pueblo. Y es pre­cisa­mente ese cla­sis­mo lo que le hace meter la pata en afir­ma­ciones tan con­tun­dentes como que «los ran­gos sociales son nece­sar­ios para el man­ten­imien­to de la alta cul­tura». Es lo que pasa cuan­do eres escritor, elit­ista y quieres meterte a filósofo.

      Es una tarea har­to com­pli­ca­da sep­a­rar la paja del gra­no con este señor, lo reconoz­co. Se olvi­da de limpiar un des­pre­cio con­ster­na­do por una cul­tura pop­u­lar intrínse­ca a nues­tra propia exis­ten­cia. Afir­ma­ciones demasi­a­do rotun­das para cues­tiones que pueden abar­car toda la vida del sabio más vet­er­a­no. La edu­cación y la autori­dad, el poder, la dile­tan­cia… Var­gas Llosa nave­ga por var­ios temas con­tro­ver­tidos, apor­tan­do cav­i­la­ciones intere­santes pero incom­ple­tas, que se ven trasta­bil­ladas por la defen­sa de la año­ran­za. El aban­i­co es tan amplio y diver­so que no es posi­ble analizar todas sus reflex­iones en pro­fun­di­dad sin dar como resul­ta­do otro ensayo de la mis­ma extensión.

      Como con­clusión puedo decir que, a pesar de las met­e­duras de pata, es una lec­tura recomend­able y estim­u­lante. Las ideas no son per­fec­tas, ni mucho menos; de hecho, no pueden eludir el las­tre de una per­sona may­or y aco­moda­da. No se tra­ta de una lec­tura sen­cil­la, pero como reza la premisa: «sin esfuer­zo no hay refuer­zo». Cues­ta, y se agradece el reto.

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La civ­i­lización del espec­tácu­lo
Mario Var­gas Llosa
Debol­sil­lo, 2015
232 pag
ISBN: 849062559X

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