El descrédito concatenado

feminismo-sufragista

Vivi­mos una época de cam­bios extremada­mente rápi­dos. La veloci­dad a la que se suce­den las modas aumen­ta al rit­mo de la Ley de Moore. Hoy en día es extrav­a­gante aquel que no tiene un per­fil en las redes sociales, y aun aque­l­los que están fuera de este ámbito, reciben por otros medios los con­tenidos divul­ga­dos a través de los ser­vi­cios de inter­net. Esa «cul­tura» lle­ga a los rin­cones menos conec­ta­dos, cam­bian­do y trans­for­man­do nues­tra per­cep­ción tem­po­ral. En últi­ma instan­cia, esos cam­bios rápi­dos con­viv­en con una cul­tura de fon­do, ante­ri­or al dinamis­mo impuesto en el medio digital.

      El prob­le­ma lo encon­tramos en la for­ma de con­ju­gar esas dos veloci­dades cul­tur­ales; mien­tras una avan­za ver­tig­i­nosa­mente, la otra se mantiene con­stante, pero afec­ta­da por la primera. Nosotros, los seres humanos, incor­po­ramos heurís­ti­cos y esque­mas durante nue­stro desar­rol­lo, los cuales nos per­mi­tirán inter­pre­tar el mun­do de una for­ma estable, parce­lando la real­i­dad según unas reglas asim­i­ladas. A lo largo de la his­to­ria, este es el mecan­is­mo que nos ha pro­te­gi­do de ame­nazas e inva­sores, difirien­do poten­ciales peli­gros de entornos cono­ci­dos. Esta man­era de con­stru­ir la real­i­dad inher­ente a nues­tra capaci­dad de desar­rol­lo, ha sido tam­bién la cul­pa­ble de estable­cer roles que, aunque durante un tiem­po pasa­do nos han servi­do para dis­tribuir el tra­ba­jo y sub­si­s­tir en un medio inse­guro, aho­ra no son más que una rémora.

      Durante la his­to­ria de la humanidad, la con­struc­ción de nue­stros esque­mas se ha desple­ga­do en torno a un some­timien­to del hom­bre sobre la mujer. Sin ten­er un ori­gen con­fab­u­la­to­rio, este dominio se ha exten­di­do has­ta lle­gar a una época en la que carece de todo sen­ti­do. Nues­tra may­or cul­tura, conocimien­tos cien­tí­fi­cos y com­pren­sión en gen­er­al, han desem­bo­ca­do en un pun­to en el que, en aque­l­los país­es en la cima del desar­rol­lo, los tres nive­les bási­cos de la Pirámide de Maslow (necesi­dades fisi­ológ­i­cas, seguri­dad y afil­iación) están per­fec­ta­mente cubier­tos para la may­oría. Gra­cias a este entorno, ten­emos la posi­bil­i­dad de acced­er a los otros dos pel­daños: reconocimien­to y autor­re­al­ización. O al menos debiera ser así.

Emme­line Pankhurst, líder del movimien­to sufrag­ista británico.

      A estas alturas de la vida, seguimos sin despren­der­nos de esa cul­tura de fon­do que arras­tramos como un cadáver descom­puesto, al que nos neg­amos a aban­donar sola­mente porque nos es cono­ci­do. Aquí se mues­tra que, aunque la cul­tura super­fi­cial apor­ta cier­to movimien­to gra­cias a su energía cinéti­ca, es insu­fi­ciente has­ta que no nos desen­ganchemos del las­tre del pasa­do. Todavía vemos, como espec­ta­dores acos­tum­bra­dos, la man­i­festación «tradi­cional» de aque­l­los que defien­den una sep­a­ración de roles. Y no sólo porque lo dice la Biblia.

      La cul­tura veloz de Inter­net, si bien es cier­to que no ha ayu­da­do en muchas per­spec­ti­vas, sí ha sabido pro­por­cionar voz a quienes no la tenían por cul­pa de esa imper­me­abil­i­dad de roles. Des­de hace más de un siglo, mujeres como Vir­ginia Woolf venían seña­lan­do las difi­cul­tades intrínse­cas de la ausen­cia de medios para cam­biar o rever­tir una situación injus­ta. La posi­ción reser­va­da a las mujeres a lo largo de la his­to­ria se reducía a entes pasivos. Un indi­vid­uo sin lib­er­tad de movimien­to o vol­un­tad, nun­ca podrá obten­er los ben­efi­cios gen­er­a­dos por su tra­ba­jo, y en mitad de un entorno que le difama por imper­a­ti­vo categóri­co, se encon­trará inde­fen­so y res­ig­na­do a su esta­do impuesto. Esto puede sonar prim­i­ti­vo, pero es el pan nue­stro de cada día. Aun habi­en­do logra­do avances gra­cias a la red de redes, la pal­abra «fem­i­nis­mo» sigue inco­modan­do a la may­oría de ciu­dadanos, y poco o de nada sirve ten­er toda la infor­ma­ción a nue­stro alcance, que no hay dios que nos mue­va a revis­ar los esquemas.

      La real­i­dad es que no quer­e­mos cam­biar. Dige­r­i­mos la cul­tura ráp­i­da porque se nos sirve dilu­i­da y en pequeñas dosis, y hay un menú para cada gus­to. En la medi­da de lo posi­ble, aque­l­los que alcance­mos a seguir incor­po­ran­do infor­ma­ción, debe­mos pro­por­cionar espa­cio para las per­sonas que nun­ca han tenido la pal­abra. Sin voz no hay ver­sión, sin ver­sión no hay crédi­to, sin crédi­to no hay opor­tu­nidad, y sin opor­tu­nidad no hay voz que val­ga. Esto no sig­nifi­ca que teng­amos que acep­tar todo lo que se nos dice, pero por supuesto la real­i­dad está com­pues­ta de más ingre­di­entes que la obce­cación propia y una heren­cia cul­tur­al que huele. A más voces, más pun­tos de vista, menos per­sonas con­fi­nadas y estigma­ti­zadas, y sin duda, más riqueza cultural.

      Nun­ca se nos debe olvi­dar que la inter­pretación úni­ca se retroal­i­men­ta con la fal­ta de opor­tu­nidad para los colec­tivos ajenos a esa visión, man­te­nien­do el esta­tus quo. Habrá quienes facil­i­tarán este cir­cuito de for­ma inten­cional, y habrá quienes lo hagan sum­i­dos en la igno­ran­cia. Lidiar con ese sam­ben­i­to no es fácil, pero tam­poco imposi­ble. Como reza el Prin­ci­pio de Han­lon: «No atribuyas a la mal­dad lo que puede ser expli­ca­do por la estupidez».

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