El mañana

mañana

Si miras por la ven­tana, y tienes la suerte de vivir frente a un par­que, o un espa­cio mín­i­ma­mente abier­to, es prob­a­ble que puedas obser­var el cielo en may­or o menor dis­tan­cia. Aquí no nos impor­ta si llueve, está nubla­do o hace sol; sólo hay que ten­er disponible el fir­ma­men­to para nosotros. Es en esos momen­tos en los que se pro­duce una atrac­ción cuasi mís­ti­ca, en los que por pro­cras­ti­nación o inex­ac­ti­tud, nue­stros ojos quedan fijos en una esfera que se arras­tra lenta pero imper­turbable. Y cuan­do esta­mos engan­cha­dos a la invis­i­ble cor­ri­ente, poco o nada nos puede sacar de ese sim­ple y a la vez abisal estado.

      ¿Y por qué? ¿Por qué ante el crepi­tar de una lla­ma, el romper de un salto de agua o el vaivén del fol­la­je nos quedamos embe­le­sa­dos en un esta­do tan catatóni­co? Puede que sea por la inal­ter­abil­i­dad de su movimien­to, por lo hip­nóti­co y ances­tral de su desplaza­mien­to oscila­to­rio, por la pequeñez que nos adju­di­ca como meros espec­ta­dores, o por mil razones más. Sin embar­go, a mí me gus­ta (pero me inqui­eta) pen­sar que es debido a una irrefren­able ten­den­cia a quer­er cono­cer el futuro. Es posi­ble que nues­tra cabeza caiga en un pozo de dimen­siones bíbli­cas al inten­tar cono­cer, con­sciente o sub­con­scien­te­mente, qué pasará. Como si inten­táramos escu­d­riñar algún tipo de cam­bio en la lin­eal­i­dad del azul del cielo, como si sospecháramos de lo imposi­ble de tan per­fec­to orden (o caos), esperan­do que en algún momen­to se trasta­bille su maquinar­ia y nos podamos reafir­mar en nue­stro libre albedrío.

frase-carlos-fuentes

      En el tiem­po que lle­vo escri­bi­en­do estas líneas, su tono y su acti­tud han cam­bi­a­do: al empezar se mostra­ba azul, exhi­bi­en­do un sol de jus­ti­cia, y aho­ra su humor está com­ple­ta­mente nubla­do. Y a pesar de que he esta­do obser­van­do en todo momen­to una alteración en su esta­do, no lo he vis­to venir. O sí, pero no he queri­do ser con­sciente de su cambio. 

      ¿Y mañana? Mañana des­pertare­mos en algún pun­to de nues­tra exis­ten­cia, encuadra­da por un huso horario y la suma de un sis­tema de mediciones de fechas acu­mu­la­ti­vas. Y lo que ayer pen­samos, hoy es. Evi­den­te­mente, entre legañas y una sábana hecha kebab, no esta­mos para dar­le las gra­cias a Stephen Hawk­ing por aclararnos que el sen­ti­do más estric­to de nues­tra exis­ten­cia es el tiem­po. Pero aún con esas, sí alcan­zamos a angus­tiarnos por todo lo que ten­emos, debe­mos, quer­e­mos o podemos hac­er y todavía no hemos hecho. Y es curioso, porque al igual que podemos ver como el cielo se nubla y lle­gar inter­na­mente a una con­clusión de fini­tud en su esta­do, cuan­do lle­ga ese esta­do final o ese momen­to, nos sor­prende. Podría deducirse que, de tan inteligentes, somos estúpi­dos. Pero no estúpi­dos por saber que ese momen­to va a lle­gar y nos pil­lará con las mis­mas, no; estúpi­dos por con­fundir la poten­cia con el acto, y creer que con­viv­en en el mis­mo pen­samien­to (Ojo, no es lo mis­mo que saber que el pro­pio acto es en sí poten­cia para nue­stro pasado).

      No somos más libres por enar­bo­lar un sen­timien­to de indifer­en­cia hacia todo lo que nos pue­da afec­tar, ni tam­poco por denos­tar con­tra toda opinión que vaya en con­tra de nue­stro cre­do (si se tiene). Somos libres cuan­do el futuro es aho­ra, y no cuan­do «el aho­ra» es uno de los múlti­ples futur­os. Porque si el sen­ti­do es el tiem­po, ¿qué sen­ti­do tiene engan­char el acto en una poten­cia que nun­ca va a lle­gar y que siem­pre se posi­cionará delante de nosotros?

      Puede que la mejor for­ma de bus­car la lib­er­tad no sea des­gañi­tarse por lo que ser­e­mos, sino por empezar sien­do lo que aho­ra somos.

Com­parte:

Deja una respuesta