El arquetipo estructural sobre el que se cimenta «el viaje del héroe» literario, muestra un patrón evolutivo que es de sobra conocido, aunque no tanto reflexionado. El monomito —así se llama este modelo de periplo— nos presenta a un protagonista que se embarca en una aventura que le pone a prueba, le transforma y le redime, para retomar como ejemplo supremo de superación y consecutor de las proezas más nobles. Cada exégesis de este modelo posee sus propias peculiaridades, pero a grandes rasgos a todos nos suena alguna historia que siga esta pauta.
Hans Castorp no es un héroe. El mismo autor, intercediendo como narrador manifiesto, nos lo confirma nada más comenzar, despejando toda duda de viaje heroico, pues lo reseñable no es un inexistente superhombre, sino el viaje:
«Como se ve, procuramos recoger todo aquello que pueda prevenir en su favor, pero le juzgamos sin exageración y no le hacemos ni mejor ni peor de lo que era».
Esta aclaración, aunque redundante, es de suma importancia por dos motivos: cede el espacio necesario para identificarnos, no con un personaje, sino con unas experiencias que no hemos vivido, y poder asimilarlas como propias.
Antes de entrar en detalle, una advertencia: no esperes una trama que te mantenga al filo del síncope, ni giros de guión que te desencajen la mandíbula. No es un libro para todo el mundo; probablemente para muy pocos. Y no se debe a un lenguaje ininteligible —aunque sí es exigente—, sino a su empecinamiento como «metalibro».
La montaña mágica es un viaje. Largo, además. Son 1048 páginas que se enfrentan de tú a tú con el lector. Es una escalada que dilata el tiempo a su voluntad para someter al mismo trayecto que el protagonista a quien ose abrir sus páginas. Es un desafío, y sólo aquel que sea consciente de ello, lo disfrutará. Sin ánimo de amilanar.
La novela abarca todos los temas metafísicos que es capaz. Y no son escasos. Su propia condición de «metalibro» le confiere una capacidad prodigiosa para moldear las vivencias de Castorp y dejar caer sobre nuestros hombros el mismo peso que conforma su paso.
Thomas Mann (Nobel de literatura en 1929) utiliza como contexto un sanatorio mental en lo alto de los Alpes suizos, en el tenso período previo a la primera guerra mundial. Y quien se aventure, es posible que no necesite saber más.

La persona que entre motivada, va a encontrar un laberinto intrincado, pero magistral. En ningún momento enredado, pero sí tremendamente bullicioso. El autor enfrenta al protagonista —Castorp, tú, yo, quien sea— a una evolución forzada, no por obligación, sino por contraste. En cada resorte de papel tropezamos con una nueva dicotomía, que sume el conocimiento en niveles cada vez más profundos. A través de personajes aleccionadores —te acordarás del señor Settembrini hasta en sueños— y pintorescamente costumbristas, el lector asiste a clases pedagógicas tan bien argumentadas como contradictoriamente opuestas: la perspectiva temporal, la conciencia de la enfermedad, la moralidad del arte, el conflicto entre ciencia y religión… Todo ello intercalado con la ingenuidad de un personaje tan espectador como neófito, y la normalidad de un día en el limbo. De hecho, en numerosas ocasiones tendremos la sensación de estar presenciando un combate trascendentalista dentro de un libro al que tanto él como a su autor o personajes les da completamente igual si hay alguien leyendo o no.
Poco más se puede aclarar sobre este viaje que no dé las oportunidades de experimentar por sí mismo. El estilo es simplemente impecable. No será raro que te detengas ensimismado a releer varias veces una misma descripción de un pasaje, un estado de ánimo o un cuadro. En ocasiones se hace cansado imaginar con tal viveza cada recoveco de su realidad, pero nunca repetitivo o reiterativo. Su perspectiva europeísta se entremezcla con toques de un incipiente realismo mágico, dotando de un aura viva y palpable a cada personaje y escenario.
De su intencionalidad, sólo se puede decir que es eficiente. Al interiorizar la última palabra, si hemos llegado hasta ella sin abandonar, seremos plenamente conscientes del resuello que acompaña nuestra respiración. Incluso tintes de sentimientos encontrados, tanto de odio como de satisfacción y admiración. Odio por haber tenido la brillante idea de transitar semejante epopeya intelectual, y satisfacción por haber superado el combate, sabiéndonos mucho más sabios. La admiración hacia el autor será inevitable; pocos son los profesores capaces de tejer con tanto ingenio y lucidez tamaña prueba.

No hay héroe, ni maestro, ni siquiera un objetivo en el horizonte, sólo un viaje tan trabajoso como simple. Un éxodo a nosotros mismos, contemplativo y destructor de ego. Un examen al que no estamos acostumbrados, pero como dice Hans Castorp: «Uno acostumbra a no acostumbrarse».
[amazon_link asins=‘8435018385’ template=‘ProductAd’ store=‘elsilenciosoe-21′ marketplace=‘ES’ link_id=‘17f69369-b9d8-11e8-b4c1-b3f744d93f33’]
La montaña mágica
Thomas Mann
Edhasa, 2009
1048 pag.
ISBN: 8435018385