Si hay algo que se ha asociado como inevitable en la literatura de los mitos a lo largo de nuestra historia, ese es el reino de los olores. En el desempeño funcional, somos capaces de evitar el hipnotismo que se adentra por cualquier sentido, excepto por el olfato. Sibilinas e indetectables, las feromonas se abren paso a través de nuestro sistema nervioso, y si en algún momento nos llegamos a percatar de su presencia, se antoja demasiado tarde; ya han producido su efecto.
Ese feudo de las partículas odoríferas ha sido la fuente de la que han bebido multitud de leyendas y fábulas, acuciadas por el desconocimiento científico que atribuye los temores a poderes sobrenaturales y diabólicos. Hemos soñado con infinidad de capacidades suprahumanas, todas ellas gestadas a raíz de abstracciones exageradas, muy lejos de nuestro alcance. Pero, ¿qué pasaría si algo tan común como el olfato se viera amplificado? ¿Qué clase de poder ostentaría su portador?
- El sentido de lo diferente
En la Francia del siglo XVIII, poco antes de la revolución francesa, nace Jean-Baptiste Grenouille, un joven con una habilidad fuera de lugar, en una época donde lo inexplicable es temido y repudiado. Abandonado al nacer, en mitad de un fétido puesto de pescados del mercado parisino, y como primer acto de su despreciada existencia, se vale del llanto para condenar a su madre a la horca.
Así comienza su historia, un muchacho desarraigado, vagabundo como otros tantos, que se ve obligado a convivir con una cualidad que le diferencia de todos los demás: no sólo no posee olor propio, sino que puede distinguir, analizar y memorizar la composición de todos los demás.
En la literatura científica, aunque exagerado en la novela, este trastorno se conoce como hiperosmia. Esta condición le aísla y le arrincona en un mundo que ya de por sí, resulta demasiado miserable. Pero Grenouille parece no dar importancia a esta posición ―hace caso omiso a toda clase de vejaciones―; a él sólo le obsesiona la carencia de identidad odorífera, y está dispuesto a lo que haga falta con tal de conseguirla. De hecho, los únicos momentos en los que se da por vencido, son aquellos en los imagina un futuro en el que no es capaz de desgranar nuevas composiciones.

La historia de El perfume es la historia de los genes alternativos; un testimonio de criaturas que desde su instrucción génica, están destinadas a no encajar por haber existido en una época y/o un lugar que teme lo desconocido y lo extraño. El sufrimiento de Jean-Baptiste no se origina por la pretensión de gloria, adoración o el provecho de su habilidad ―de hecho lo rechaza en varias ocasiones―; él se cala de esa propia falta de indulgencia ante lo extraño, insistiendo y bregando con la necesidad de alcanzar aquello que no posee y que le diferencia del resto. Su existencia le resulta vacía.
No es necesario aclarar las similitudes con nuestra época. Vemos la pompa y el oropel de épocas pasadas como algo lejano y completamente superado, pero a día de hoy, seguimos pecando de hostiles ante lo que desconocemos y nos resulta raro. Personas con configuraciones y características fuera de la gran mayoría, que sufren rechazo y burla por reclamar una identidad que su entorno es incapaz de alcanzar a comprender.
- Las bestias que bregan en el interior
A pesar de todo, Grenouille no es un santo; nada más lejos de la realidad. No posee ninguna clase de respeto hacia sus semejantes, y llega hasta donde él conviene necesario para alcanzar su meta.
La novela ilustra cómo ese aislamiento y sus desavenencias pueden transformar a cualquiera en un monstruo. Asimismo, es remarcable la habilidad del autor para crear analogías entre la posibilidad de ilustración y la capacidad de control de los más pudientes, teniendo de ejemplo aquel cónsul que controla sus impulsos sexuales ante su hija, mientras Grenouille ―el pobre― se deja llevar por sus maquinaciones.
Esa disparidad hipócrita, que enfrenta a dos personajes con posibilidades muy diferentes, es la que en realidad los empata, pues sólo les diferencia la capacidad moral y ética que sus respectivos ambientes les ha proporcionado.
En una de las escenas finales, sin dar más detalles que lo provocado por el embriagador aroma del perfume perfecto ―para no arrebatar la sorpresa a quién decida leerlo― , observamos ese colofón en el que todos los humanos se igualan como animales ante el descontrol de las feromonas, dejando de lado sus diferencias de estatus y de clase.
- El olor de las palabras
A pesar de tratarse de una novela corta (apenas supera las 300 páginas), es difícil hablar de ella sin destripar nada del argumento.
Sus implicaciones pedagógicas se encuentran realmente entrelazadas en los detalles más nimios de su desarrollo. Con una capacidad estilística impecable, Patrick Süskind, a los 35 años de edad ―y siendo esta su primera novela―, firmó una de las mejores crónicas que he tenido el placer de leer. El retrato que hace de la época es inmejorable, y a pesar de la exageración que preludia a su protagonista, no existe ni una pega que se le pueda poner a su prosa, ya sea el ritmo ―bien delimitado y sin altibajos―, o a su estilo.
El libro, que bien pudiera tratarse como novela histórica, critica, lejos del panfletarismo, cómo la bestialidad puede ser concebida como arte por quien lo vive, y las profundas raíces sociales que lo alimentan. En este aspecto podemos incluso percatarnos de cierto parecido con Humbert, el personaje de Lolita, aprendiendo de las diferencias que existen entre el acto volitivo consciente y la incapacidad moral de quien no se percata de sus fechorías.

Las correlaciones que proyecta se imbrican hasta niveles profundísimos. La propia contextualización de la historia se dicotomiza en términos olorosos, conjugado con las peculiaridades de cada entorno o personaje: al final, cada juicio, cada asesinato y cada intriga se baña en sociedad de distintos perfumes, todo ello para tapar el hedor de la falsedad que los cubre. Porque al final, todos aprisionan sus bajos fondos, sus deseos ocultos y su ausencia de olor moral. ¿Qué medió más a la hora de diferenciar al criminal del hombre respetado? ¿Su rechazo o su condición? Süskind nos dice ―y acierta en parte― que ambas.
Cuando terminé de leer Lolita pensé: «Ojalá hubiera sido amigo de Nabokov, para poder llamarle en cualquier momento y preguntarle sobre qué pensó, qué significa esto, aquello o lo otro», algo que te hace percatarte del respeto ―incluso temor― que puede llegar a crear alguien con su obra.
No me ha pasado semejante cosa con El perfume. Lo primero que me vino a la cabeza al terminar el libro fue: «Ojalá lo hubiera escrito yo».
¿Deberías leerlo? Estás tardando.
[amazon_link asins=‘8432251143’ template=‘ProductAd’ store=‘elsilenciosoe-21’ marketplace=‘ES’ link_id=‘42464a0b-f92c-11e8-8683–333eaa7637de’]
El perfume
Patrick Süskind
Booket, 2011
320 pag.
ISBN: 8432251143