He de decir que, desde el principio, este libro estuvo abocado a influenciarse de un aura onírica y fantasiosa. No es la primera vez que había escuchado hablar de Zafón y de sus buenas críticas, pero por H o por B, nunca llegué a sumergirme en ninguna de sus novelas, quizá como parte del efecto que tenía destinado a producir en mí el contexto de su lectura.
Este libro llegó a mis manos como un regalo inesperado, y al igual que a Daniel Sempere —el protagonista— afectaría a mis posteriores decisiones. El regalo de un libro ya es especial en sí mismo, pero el contexto y la forma lo dotó de un significado más elevado. Y eso que todavía desconocía lo que me iba a encontrar.

Quiso el azar —si es que el azar quiere algo— que la historia dentro de sus páginas replicara cual imagen recursiva y caleidoscópica la realidad alrededor de su encuentro, como una suerte de «efecto Droste». Por supuesto, esa capacidad de autoidentificación es entendible a través de los mecanismos de interpretación de nuestra cabeza, pero eso no resta, sino que añade más valor aún, a una forma de narrar que envuelve al lector y convierte al reloj en un aparato inútil. Con todo esto quiero decir que lo que te vas a encontrar puede verse irremediablemente sugestionado por una devoción a la lectura.
Sin entrar en destripes argumentales, nos encontramos con un joven que, en circunstancias casi de cuento, se topa con un libro que le acabará cambiando la vida.
Estamos ante una «metanovela». Una «metanovela» porque hace de este medio de comunicación una excusa para hacer apología de la literatura y sus consecuencias en nuestra realidad. Un libro dentro de un libro que retorna recursivamente a este en nuestras manos, y nos diluye en sus palabras.
Debo confesar que, por una razón que desconozco, el período de la posguerra en España no es una época que me atraiga de por sí. No digo que no sea interesante, al contrario, pero dentro de mis contextos literarios, tengo muchos otros preferentes. Es posible que eso aumente todavía más el valor que le confiero a esta historia, porque desde el primer momento capturó mi atención y usó ese contexto histórico para darme bofetadas de escarmiento.
Con una prosa sencilla y compleja al mismo tiempo, ornamentada sin excesos, y un estilo hogareño, la escritura de Zafón sólo suma, y se convierte en un incentivo a la hora de presentarte los hechos. Los personajes, profundos, con multitud de matices, y bien definidos, acaparan esa prosa y la amoldan perfectamente a sus personalidades, consiguiendo que el lector empatice con ellos en un instante. Destaca uno de ellos —y más de uno me dara la razón—: no voy a contar nada sobre Fermín Romero de Torres, pero puedo asegurar que no ocupan los dedos de una mano los personajes que me han hecho reír y llorar de alegría de forma semejante.

La historia en su conjunto mide muy bien sus tiempos, y son escasos los momentos en los que su ritmo enlentece de forma pesada a lo largo de sus más de seiscientas páginas. El argumento no pretende explotarte la cabeza; un entramado sencillo e interesante que te mantiene ocupado hasta el final. Y el mensaje que desprende no puede ser más reconstituyente: el amor por la literatura, sus luces y sus sombras, y la forma en la que penetra en nuestras cabezas. Ni falta, ni sobra. Sólida en su conjunto, consigue dejarte ese buen regusto en el paladar, y colocarlo en la estantería con el cariño y gratificación que pocas historias aciertan a provocar.
¿Deberías leerlo? Si tienes corazón, sin duda.
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La sombra del viento
Carlos Ruiz Zafón
Booklet, 2016
592 pag.
ISBN: 9788408163435