El destino de la lectura — Parte I

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No hay tiem­po. Y en la fal­ta de tiem­po, a la veloci­dad cre­ciente a la que tran­si­tan nues­tras obliga­ciones, cualquier ofen­sa se despacha con un dar­do automáti­co e irreflex­i­vo. Parece que no quer­e­mos ten­er tiem­po, que el silen­cio o la cal­ma son sín­tomas de un hastío cróni­co y patológi­co, delim­i­ta­dores de una per­son­al­i­dad homeotér­mi­ca. Nos gusta […]