¿Todo puede ser arte? — Parte I

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Arte: Cualquier activi­dad o pro­duc­to real­iza­do con una final­i­dad estéti­ca y tam­bién comu­nica­ti­va, medi­ante la cual se expre­san ideas, emo­ciones y, en gen­er­al, una visión del mun­do, a través de diver­sos recur­sos, como los plás­ti­cos, lingüís­ti­cos, sonoros, cor­po­rales y mixtos.

El arte es un com­po­nente de la cul­tura, refle­jan­do en su con­cep­ción la trans­misión de ideas y val­ores, inher­entes a cualquier cul­tura humana a lo largo del espa­cio y el tiempo.


      No es raro el día que topamos con algu­na noti­cia que infor­ma de la com­pra de una nue­va extrav­a­gan­cia por un pre­cio des­or­bita­do. Cada vez son más los museos y las exposi­ciones que aco­gen obras de supuestos artis­tas cuyo úni­co obje­ti­vo es provo­car desconcier­to. Aun sin dudar de su posi­ble tras­fon­do, muchas veces no somos capaces de aclarar un sen­ti­do abstrac­to que de ante­mano nos sue­na a tomadu­ra de pelo. Pero, ¿es esta sen­sación legí­ti­ma? ¿Podemos con­sid­er­ar real­mente que un ele­men­to es absur­do, o es una man­i­festación de resisten­cia al cambio?

      El debate no es nue­vo. Ya en su momen­to, otros movimien­tos artís­ti­cos sus­ci­taron muchas críti­cas y ret­i­cen­cias. El dadaís­mo, el expre­sion­is­mo abstrac­to y el min­i­mal­is­mo pic­tóri­co son algunos ejem­p­los de van­guardias que emergieron en con­tra­posi­ción a la denom­i­nación imper­ante. Casos hay muchos, y su análi­sis com­pete a per­sonas más preparadas en este ter­reno. Aquí lo que nos impor­ta es: ¿Todo puede ser arte?

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      Pense­mos en una de las anéc­do­tas que más han copa­do los medios en el últi­mo tiem­po: El vaso medio lleno, con val­or de 20.000€, de la feria de ARCO. Por extraño que parez­ca, ni siquiera es uno de los ejem­p­los más inase­quibles. Pero, ¿por qué nos parece absur­do? La respues­ta más plau­si­ble es: «Yo ten­go veinte como esos en mi coci­na». Y nadie te podría quitar la razón. La cotid­i­an­idad es el ele­men­to argu­men­ta­ti­vo que con­for­ma la may­oría de las dis­crep­an­cias. «¿Aca­so todo lo que me rodea es arte?».

       En mul­ti­tud de oca­siones habre­mos escucha­do a algún cuña­do omni­sciente decir aque­l­lo de: «Mi hijo podría pin­tar este mis­mo cuadro». Acu­d­i­en­do a la defini­ción expues­ta al prin­ci­pio, y con­sideran­do el arte como «cualquier pro­duc­to con final­i­dad estéti­ca y comu­nica­ti­va a través de la cual se expre­san ideas y emo­ciones», podemos replicar al padre que no, que su hijo no podría lle­var a cabo esa empre­sa. Al menos en la parcela del expre­sion­is­mo abstrac­to, gra­cias a sus car­ac­terís­ti­cas, a pri­ori aleato­rias y caóti­cas, y su seme­jan­za con los primeros gara­batos de un niño, podríamos aducir que se tra­ta de lo mis­mo. Pero no. 

      Des­de el pun­to de vista psi­cológi­co, el dibu­jo surge en el desar­rol­lo infan­til de man­era for­tui­ta, como pro­lon­gación de la activi­dad moto­ra explorato­ria; los gara­batos son huel­las de gestos, por lo menos en un primer momen­to. Según avan­za en edad, el infante encon­trará seme­jan­zas entre sus tra­zos casuales y una real­i­dad percibi­da de for­ma más conc­re­ta, esforzán­dose por afi­nar el pare­ci­do entre ambas rep­re­senta­ciones. En este pun­to podríamos ale­gar que el niño ya se encuen­tra expre­san­do una visión del mun­do con final­i­dad comu­nica­ti­va, pero seguiría dis­tan­do de la com­ple­ji­dad que mues­tran los Pol­lock; mien­tras que el crío solo bus­ca la imitación, obras como One: Num­ber 31 expre­sa nive­les de abstrac­ción prác­ti­ca­mente insondables.

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Jack­son Pol­lock, One: Num­ber 31

      ¿Cuál es entonces la causa de nue­stro rece­lo? ¿La inca­paci­dad para enten­der y su con­sigu­iente necesi­dad de que se nos muestre todo de for­ma explíci­ta? Si esta fuera la razón, un vaso medio lleno nos resul­taría pura ambrosía de inge­nio, y no es así. ¿Es aca­so el rec­ha­zo de lo que se sale de nue­stros esque­mas? Tam­poco sería del todo cier­to; hay mul­ti­tud de obras desli­gadas de nues­tra con­cep­ción prin­ci­pal que con­siguen absorber­nos sin saber muy bien por qué. ¿Tal vez sea la visión del arte como pro­duc­to de la difi­cul­tad téc­ni­ca reser­va­da para unos pocos mor­tales? Como ocurre con casi todo, la ver­dad se encuen­tra en una encrucijada.

      La primera defini­ción del arte fue asig­na­da por su util­i­dad. A par­tir de la ten­den­cia inher­ente del niño para imi­tar la real­i­dad, la géne­sis de la expre­sión artís­ti­ca ha esta­do lig­a­da a la man­i­festación de la mira­da igno­ta del ser humano, para poder dar expli­cación a los suce­sos que nos rode­a­ban. Esta equiparación de la dis­ci­plina con lo reli­gioso evolu­cionó en com­ple­ji­dad has­ta alcan­zar las téc­ni­cas de los mae­stros pin­tores que todos cono­ce­mos: las obras servían a un propósi­to cono­ci­do en apari­en­cia, pero reli­giosa­mente enig­máti­co, y ese propósi­to solo podía ser plas­ma­do con exce­len­cia por unos pocos. Por supuesto, esto es extrap­o­lable a cualquier ámbito; un juglar, por muy exac­tas que fuer­an sus his­to­rias, si canta­ba mal, dura­ba poco.

      Aquí podemos encuadrar la con­cep­ción artís­ti­ca más exten­di­da, gra­cias a la heren­cia de una visu­al­i­dad basa­da en su util­i­dad propos­i­ti­va de refle­jar una real­i­dad mís­ti­ca de for­ma com­ple­ja. Prob­a­ble­mente, la sín­te­sis de per­cep­ción más arraiga­da esté en un tér­mi­no medio, a cabal­lo entre el embrol­lo más inde­scifrable y la sim­pleza más obvia, todo ello lejos de nue­stro alcance: un tipo de con­tem­plación explíci­ta cer­cana al canon de su ori­gen, y reser­va­do para los elegi­dos, porque vasos ten­emos todos.

      A nue­stro cere­bro no le gus­ta des­gañi­tarse en exce­so, y tam­poco le agra­da que le tomen por ton­to. Quizá la sim­pli­fi­cación obvia de los movimien­tos con­tem­porá­neos ten­ga algo que ver con la necesi­dad de los niños de lla­mar la aten­ción sobre su expe­ri­en­cia cir­cun­dante, sin más enre­dos. Y eso todavía no hemos habla­do del dinero. En cualquier caso, esto no es más que arañar la super­fi­cie, y el tema da para rato.

Seguiré inda­gan­do.

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