Arte: Cualquier actividad o producto realizado con una finalidad estética y también comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones y, en general, una visión del mundo, a través de diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros, corporales y mixtos.
El arte es un componente de la cultura, reflejando en su concepción la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo.
No es raro el día que topamos con alguna noticia que informa de la compra de una nueva extravagancia por un precio desorbitado. Cada vez son más los museos y las exposiciones que acogen obras de supuestos artistas cuyo único objetivo es provocar desconcierto. Aun sin dudar de su posible trasfondo, muchas veces no somos capaces de aclarar un sentido abstracto que de antemano nos suena a tomadura de pelo. Pero, ¿es esta sensación legítima? ¿Podemos considerar realmente que un elemento es absurdo, o es una manifestación de resistencia al cambio?
El debate no es nuevo. Ya en su momento, otros movimientos artísticos suscitaron muchas críticas y reticencias. El dadaísmo, el expresionismo abstracto y el minimalismo pictórico son algunos ejemplos de vanguardias que emergieron en contraposición a la denominación imperante. Casos hay muchos, y su análisis compete a personas más preparadas en este terreno. Aquí lo que nos importa es: ¿Todo puede ser arte?

Pensemos en una de las anécdotas que más han copado los medios en el último tiempo: El vaso medio lleno, con valor de 20.000€, de la feria de ARCO. Por extraño que parezca, ni siquiera es uno de los ejemplos más inasequibles. Pero, ¿por qué nos parece absurdo? La respuesta más plausible es: «Yo tengo veinte como esos en mi cocina». Y nadie te podría quitar la razón. La cotidianidad es el elemento argumentativo que conforma la mayoría de las discrepancias. «¿Acaso todo lo que me rodea es arte?».
En multitud de ocasiones habremos escuchado a algún cuñado omnisciente decir aquello de: «Mi hijo podría pintar este mismo cuadro». Acudiendo a la definición expuesta al principio, y considerando el arte como «cualquier producto con finalidad estética y comunicativa a través de la cual se expresan ideas y emociones», podemos replicar al padre que no, que su hijo no podría llevar a cabo esa empresa. Al menos en la parcela del expresionismo abstracto, gracias a sus características, a priori aleatorias y caóticas, y su semejanza con los primeros garabatos de un niño, podríamos aducir que se trata de lo mismo. Pero no.
Desde el punto de vista psicológico, el dibujo surge en el desarrollo infantil de manera fortuita, como prolongación de la actividad motora exploratoria; los garabatos son huellas de gestos, por lo menos en un primer momento. Según avanza en edad, el infante encontrará semejanzas entre sus trazos casuales y una realidad percibida de forma más concreta, esforzándose por afinar el parecido entre ambas representaciones. En este punto podríamos alegar que el niño ya se encuentra expresando una visión del mundo con finalidad comunicativa, pero seguiría distando de la complejidad que muestran los Pollock; mientras que el crío solo busca la imitación, obras como One: Number 31 expresa niveles de abstracción prácticamente insondables.

¿Cuál es entonces la causa de nuestro recelo? ¿La incapacidad para entender y su consiguiente necesidad de que se nos muestre todo de forma explícita? Si esta fuera la razón, un vaso medio lleno nos resultaría pura ambrosía de ingenio, y no es así. ¿Es acaso el rechazo de lo que se sale de nuestros esquemas? Tampoco sería del todo cierto; hay multitud de obras desligadas de nuestra concepción principal que consiguen absorbernos sin saber muy bien por qué. ¿Tal vez sea la visión del arte como producto de la dificultad técnica reservada para unos pocos mortales? Como ocurre con casi todo, la verdad se encuentra en una encrucijada.
La primera definición del arte fue asignada por su utilidad. A partir de la tendencia inherente del niño para imitar la realidad, la génesis de la expresión artística ha estado ligada a la manifestación de la mirada ignota del ser humano, para poder dar explicación a los sucesos que nos rodeaban. Esta equiparación de la disciplina con lo religioso evolucionó en complejidad hasta alcanzar las técnicas de los maestros pintores que todos conocemos: las obras servían a un propósito conocido en apariencia, pero religiosamente enigmático, y ese propósito solo podía ser plasmado con excelencia por unos pocos. Por supuesto, esto es extrapolable a cualquier ámbito; un juglar, por muy exactas que fueran sus historias, si cantaba mal, duraba poco.
Aquí podemos encuadrar la concepción artística más extendida, gracias a la herencia de una visualidad basada en su utilidad propositiva de reflejar una realidad mística de forma compleja. Probablemente, la síntesis de percepción más arraigada esté en un término medio, a caballo entre el embrollo más indescifrable y la simpleza más obvia, todo ello lejos de nuestro alcance: un tipo de contemplación explícita cercana al canon de su origen, y reservado para los elegidos, porque vasos tenemos todos.
A nuestro cerebro no le gusta desgañitarse en exceso, y tampoco le agrada que le tomen por tonto. Quizá la simplificación obvia de los movimientos contemporáneos tenga algo que ver con la necesidad de los niños de llamar la atención sobre su experiencia circundante, sin más enredos. Y eso todavía no hemos hablado del dinero. En cualquier caso, esto no es más que arañar la superficie, y el tema da para rato.
Seguiré indagando.