Ya no hay miedo

caminante-sobre-mar-nubes

¿Cuán­do fue la últi­ma vez que sen­tiste miedo? Y no me refiero al miedo físi­co, pal­pa­ble; aquel que se exu­da cada vez que pasamos por calles descono­ci­das, cer­ca de indi­vid­u­os que no inspi­ran demasi­a­da con­fi­an­za. No, me refiero al miedo metafísi­co, a la incer­tidum­bre de caminos o a los posos de arrepen­timien­to que, cual cor­ri­ente diver­gente, te arras­tran por una vía de la que jamás vas a poder red­imirte. Pien­sa, ¿has tenido últi­ma­mente tiem­po de ten­er miedo?

      Ten­go la per­cep­ción de que hemos per­di­do esa habil­i­dad. La capaci­dad de sen­tir un miedo recon­sti­tuyente, más lig­a­do a lo tem­po­ral que a la dimen­sión espa­cial. Esa apren­sión, al con­trario de lo que podamos pen­sar en un primer momen­to, nos es tremen­da­mente útil: nos per­mite recon­sid­er­ar nue­stros pasos y deci­siones, sope­san­do varias alter­na­ti­vas, dán­donos tiem­po para escoger la que creamos más ade­cua­da.
      El miedo es una emo­ción inna­ta en nues­tra con­struc­tivi­dad como seres biológi­cos y sociales. Sin él, prob­a­ble­mente no exi­s­tiría especie algu­na; nos entre­garíamos a cualquier obstácu­lo o ame­naza sin con­sid­er­ar las posi­bil­i­dades de super­viven­cia. En el caso de ser tremen­da­mente habili­dosos en la superación de difi­cul­tades, nos con­ver­tiríamos en seres insa­cia­bles, asim­i­lan­do cualquier cosa que osara pon­erse por delante. El miedo es esa fron­tera que media entre lo real y lo posi­ble, los límites que nos mantienen con vida y que impi­den un crec­imien­to des­or­bita­do fuera de nue­stro con­trol.
Hay quien puede pen­sar que no se debe pon­er ningún límite al desar­rol­lo téc­ni­co —por pon­er un ejem­p­lo—, o que las fron­teras de lo per­mi­ti­do deben ser impues­tas por la fuerza (nor­mal­mente acom­pañadas de con­ser­vaduris­mo int­elec­tu­al). Es difí­cil dibu­jar los már­genes sin caer en el dog­ma o en la irre­spon­s­abil­i­dad, y sino que se lo digan al bueno de Vic­tor Frankenstein.

caminante-sobre-mar-nubes
El cam­i­nante sobre el mar de nubes, de Cas­par David Friedrich

      Con fre­cuen­cia, la delim­itación exager­a­da viene implan­ta­da por creen­cias reli­giosas y/o antic­uadas, sin ningu­na base cien­tí­fi­ca o filosó­fi­ca más allá del miedo total­i­tarista que pro­duce la difer­en­cia, las cos­tum­bres aje­nas o inclu­so la super­sti­ción. En el otro extremo, sacar las puer­tas de sus goznes y dejar vía libre a cualquier exper­i­men­to, sin ningún tipo de con­trol, puede resul­tar fatal. Al fin y al cabo, los tumores no son más que un aumen­to descon­tro­la­do de un grupo de célu­las —por pon­er otro ejem­p­lo.
      Enlazan­do esto con el tema prin­ci­pal: actual­mente vivi­mos fuera de esos límites. No sólo exis­ten parce­las de la sociedad que se afer­ran a miedos con­ser­vadores del pasa­do, a todas luces anacróni­cos en nue­stro techo de desar­rol­lo int­elec­tu­al, sino que tam­bién con­vive ese antropocen­tris­mo en el que las poten­cias que con­trolan el cotar­ro, en un delirio deifi­ca­do, son capaces de explotar cada avance tec­nológi­co sin util­i­dad ben­efi­ciosa ni con­trol, para con­seguir el máx­i­mo prove­cho a cos­ta de los —evi­dentes— perjuicios. 

      Ya no hay miedo, y la ausen­cia de ese tem­blor inte­ri­or, metafísi­co —ese remordimien­to éti­co y moral—, nos impi­de con­sid­er­ar nue­stro des­ti­no y la util­i­dad de nues­tras acciones. Hemos alcan­za­do quizás un per­fec­cionamien­to téc­ni­co demasi­a­do ele­va­do para que nue­stro niv­el de respon­s­abil­i­dad sea capaz de con­tro­lar­lo, como un tumor que se expande inex­orable a cos­ta del dete­ri­oro glob­al —y en últi­ma instan­cia, defin­i­ti­vo— de su huésped. No creo que sea nece­sario extrap­o­lar la analogía a nosotros como célu­las y a la Tier­ra como anfitrión mórbido.

   Has­ta aho­ra, la selec­ción nat­ur­al ha actu­a­do no atenién­dose a más legit­im­i­dad que la del opor­tunis­mo, pero los cri­te­rios humanos se guían por prin­ci­p­ios ide­ológi­cos que per­siguen fines cam­biantes, que, a la luz de la His­to­ria, no siem­pre han sido acer­ta­dos y, en muchos casos, han tenido con­se­cuen­cias catastróficas.

      Franken­stein se lam­en­ta­ba, más que de su creación, del ansia irra­cional y egocén­tri­ca por con­seguir un obje­ti­vo incon­men­su­rable, que le impidió con­sid­er­ar las con­se­cuen­cias de sus aspira­ciones.
      Respec­to a nue­stros prob­le­mas, no sé cuál es la solu­ción, pero yo ten­go miedo, y eso me per­mite pararme a pen­sar qué camino escoger para inten­tar arreglar­lo.
      Paré­monos a ten­er miedo.

Com­parte:

Deja una respuesta